Saltar al contenido

Las nuevas exigencias del guión: ¿son los creadores libres?

Antaño los cineastas aducían “exigencias de guión” para justificar la presencia en las películas de determinados contenidos, cuando en realidad se incluían por motivos espurios. Los tiempos quizá adelantan que es una barbaridad, pero en esto, más bien, retrocedemos.

Sí, las “exigencias del guión” entonces se convertían en la coartada para introducir carnaza, escenas de sexo y violencia que apelaban a los instintos bajos del espectador, la confianza del productor era que gracias a ellas tendría más público, su cinta sería más comercial; lo que por ejemplo pudo ocurrir en España con la etapa del destape iniciada en el tardofranquismo. Pero admitir esto crudamente –el sexo y la violencia venden, no me importa la dudosa moralidad de recurrir a ellos– resultaba poco... estético, había que encontrar alguna justificación. De modo que si el guión indicaba “Fulanito atropella con su tanque a Menganito, su mortal enemigo, estrujándole el cráneo”, olvidando el significado de la palabra “elipsis”, en vez de mostrar un plano de reacción de un rostro horrorizado, se podía hacer un inserto de los sesos desparramándose, y es que claro, esto era esencial para la historia. Sí, estaba escrito en el guión. Naturalmente, en el caso de una apasionada atracción que devenía en relaciones íntimas, era obligatorio mostrarles a él y ella en el lecho, rindiendo homenaje generosamente a sus anatomías, lo pone en la página 34 del libreto, cómo no vamos a incluirlo. Etcétera, etcétera. Paradójicamente la “exigencias del guión” en sentido contrario, cuando la censura impedía incluir ciertas imágenes, se aguzaba el ingenio de los creadores, que sugerían lo que no se veía de un modo magistral.

Estas viejas “exigencias del guión” siguen vigentes, aunque la saturación de sexo y violencia, y cierto acostumbramiento del público, han contribuido a cierta pérdida de su valor como reclamo comercial. Aunque sigue existiendo el morbo, evidentemente, y más si se personaliza en el deseo libidinoso de, por ejemplo, ver a Thor desnudo, por capricho de Júpiter y demás diosecillos de Marvel-Disney. Y no hablaré de la adicción al porno, una dependencia muy preocupante, porque esto daría para otro post.

Y sin embargo, igual que la energía ni se crea ni se destruye, sólo se transforma, las exigencias de guión mutan de acuerdo a los nuevos tiempos, y ahora surgen otras nuevas imposiciones a las que los creadores deben ajustarse si quieren seguir en el candelero. En aras de la igualdad, la paridad, la inclusión, la visibilidad de las minorías, han nacido las nuevas exigencias del guión, aún más férreas que las del pasado, y que son además vigiladas por celosos observatorios que elevan la voz anualmente con tono lastimero y quejumbroso, el victimismo siempre da sus frutos.

Son criterios de lo políticamente correcto y de ingeniería social, que no sólo se aplican a las nuevas producciones, sino que influyen en las antiguas. Un clásico y obra maestra del cine como Lo que el viento se llevó llegó a retirarse de algunas plataformas de streaming, y luego finalmente se admite su emisión con letreros de advertencia sobre su mirada a la esclavitud, y expertos introduciendo la película como si fuera un veneno mortal que sólo debería catarse ingiriendo previamente el antídoto de sus eruditas explicaciones. Inocentes películas de animación como Dumbo contendrían peligrosos estereotipos raciales, y en fin, cualquier película donde un personaje fume un pitillo no puede quedarse sin el aviso de que, horror, “esta película contiene escenas de tabaco”.

Por exigencias del guión, llevamos más de un mes de orgullo, en que plataformas de streaming como Disney+ y Amazon Prime destacan en la portada de su interfaz contenidos específicos al efecto, y son muchísimas las empresas cuyo logo corporativo se metamorfosea con los colores del arco iris. Quien no lo haga será un homófobo, o al menos habrá demostrado muy escasa sensibilidad por la comunidad LGTBI. Pixar-Disney ha osado, a la hora de plegarse a nuevas reglas del guión, introducir a una astronauta lesbiana en el spin-off de una saga tan querida como es Toy Story, y allí tenemos a Lightyear yendo de lo infinito a lo finito de unas guerras culturales a las que habría sido completamente ajeno no hace tantos años.

Las nuevas reglas de la escritura del guión exigen diversidad racial y paridad, venga a cuento o no, ya lo vimos en Los Bridgerton. Una película en la tradición del cine de piratas como la animada El monstruo marino, incluye “oficialas” con mucha voz y mando en los barcos, el próximo Capitán América será negro, le dará vida Anthony Mackie, y ya hemos visto a una “Thora” femenina con la cara de Natalie Portman, y llamar rey, o king a la Valkiria de Tessa Thompson, que es lesbiana y utiliza este sustantivo masculino por motivos peregrinos de los nuevos manuales de las exigencias del guión.

Algunos efectos de la cultura “woke”, que reclama cuotas de pantalla, cuestiones de género, raciales y medioambientales, certificados de rodajes sostenibles, y otras zarandajas, ya se notan en los Oscar, premios que están perdiendo la popularidad que siempre caracterizó a Hollywood, ahora se recompensan otros logros que no son estricamente los artísticos y del favor del público, y los discursos de los ganadores parecen mítines o prédicas pronunciados desde los púlpitos de los nuevos templos. Por cierto, que la película más taquillera de 2022, Top Gun: Maverick, no se pliega a las exigencias del guión que algunos dictan. Quizá los grandes estudios deberían reflexionar un poco, y dar al público lo que quiere ver y no lo que ellos o los lobbies de turno, quieren que vea.