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"Lightyear", o la película que Andy nunca vería en 1995

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Hace unos días vi la última película de Pixar, nacida del universo de “Toy Story”, revolucionaria cinta de animación que está a punto de cumplir tres décadas. Y no dejo de preguntarme, ¿en qué momento la compañía perdió su magia y su conexión con el infinito y más allá?

Me digo que resulta inevitable, que cualquier empresa tiene sus momentos dorados de gloria, pero luego crece, se hace mayor, y nunca vuelven a reverdecer los laureles de antaño, más cuando marchan genios pioneros como John Lasseter y Ed Catmull. Pero aquí hay algo más que me preocupa, y que trataré de explicar y matizar del mejor modo que pueda.

En Toy Story de John Lasseter, había un juguete, Buzz, guardián del espacio, encabezonado con la misión de su personaje, no sabía que era un juguete cuya misión era hacer feliz a su dueño, Andy, y esto le producía una crisis de identidad que el vaquero Woody y los otros muñecos trataban de ayudarle a superar. Se trataba de una idea genial, que nos encandiló, y sigue encandilando a los niños, y a los adultos, entonces niños.

Ahora Lightyear nos asegura que, ésa, es la película que Andy vio en 1995 y por la que quiso tener el juguete de Buzz Lightyear. Bonita premisa. Pero hay unos cuantos problemas. El principal, que Andy, en 1995, nunca habría visto una película que diera pie a merchandising juguetero, con una guardiana del espacio lesbiana que formaba una familia con la chica que le gusta. En 2022 sí, por primera vez, y habrá que ver cómo es acogida la ocurrencia por los niños y las familias. La incoherencia es de campeonato.

Hasta ahora, Pixar, que quizá debería pasar a llamarse Pixarwoke, había limitado sus guiños LGBTI al postureo, sacar de refilón a una pareja de mamás con un bebé en Buscando a Dory, mostrar a una policía que decía haber discutido con su novia en Onward. Aquí se redobla la apuesta de “normalizar” la presencia de personajes gays en las películas familiares. Como digo, hay poca puntería en la idea, pues si hay una película donde no resulta creíble mostrar a una guardiana espacial gay, es en esta. Pero no es la única incoherencia narrativa de esta descuidada y floja cinta, en la que no figura el nombre de John Lasseter; al principio creí que era una mezcla de ingratitud y cancelación, aunque no me extrañaría que el avispado creador hubiera pedido expresamente la omisión de su nombre de la malograda película. La incongruencia que más me ha llamado la atención tiene que ver con Zurg, el gran enemigo de Buzz, que era otro muñeco en Toy Story 2, y que daba pie a unos de los gags más tronchantes del film, cuando se nos indicaba la naturaleza de su relación; con la nueva cinta, ese gag no tiene ningún sentido. No abundaré en el obtuso concepto para los peques de los viajes en el tiempo, o en los sosos personajes secundarios, de los que solo se salva el gato robot, primo inconfeso de Doraemon.

Lo que me lleva a otro de los conceptos más delirantes de los últimos tiempos, y que me tienen más perplejo, que es el de multiverso. Vaticino que van a crecer hasta el infinito y más allá las películas que explorará mundos alternativos, historias que podrían ser de otra manera, y mil cosas más, que al espectador indefenso, como pueden ser los niños, pueden llevarles a la más severa crisis de identidad. Preguntas de cinefórum para quien vea la peli: ¿Quién es el bueno de la película? ¿Quién es el malo de la película? Y ahora, con las dos respuestas, a pensar.

En fin, vivimos en un mundo donde los seres humanos cada vez nos aburrimos más y parecemos más hartos de todo, queremos que las cosas sean de otra manera, pero si cambian, quizá la nueva versión tampoco nos guste, y así estaremos como Sísifo subiendo y cayendo con nuestra carga todo el tiempo.

Hoy he leído que Tom Hanks –voz de Woody en Toy Story, por cierto– dice que hoy no podría hacer Philadelphia ni Forrest Gump. En una alternativa de multiverso tendríamos que viajar a esos años 90 donde eran las cosas diferentes, y meter a un protagonista gay y a otro discapacitado o con aptitudes especiales, que ya no estoy muy seguro de cómo hay que decir para no ofender, y hacer las películas “correctas”. Nos ha tocado una época rara, en que los creadores y artistas van con miedo a todo, midiendo cada palabra que dicen, cada paso que dan, temiendo que las hordas linchadoras de las redes sociales acaban con ellos en menos que canta un gallo. Quiero creer que aún queda un poco sentido común por ahí, y que con un poco de suerte, o Luck, las aguas acabarán volviendo a su cauce. Pero va a llevar tiempo. Y es que los viajes en el tiempo y otras zarandajas me temo que son... ciencia ficción.